viernes, 16 de julio de 2010

parte II: cumpleaños feliz

Amanece casi sin querer y ve su arcoiris. Al fin descubre el camino que la lleva hasta el tesoro y todo empieza a cobrar sentido, encajando tan limpiamente como las partes de un rompecabezas. Busca en el primer cajón, se ve a si misma reflejada en el metal, sus ojos azules pálidos, ajenos, la boca fruncida en una mueca inescrutable. Cierra los ojos para volver a su sendero de colores, y entonces lo comprende al fin, la última pieza ocupa su lugar y la imagen está completa. Basta presionar tan sólo un poco y la piel cede, pero debe ir más profundo si quiere realmente vengarse. Un movimiento preciso, una pequeña burbuja y un plan perfectamente ejecutado. Desliza la hoja y al contacto con la piel la siente deliciosamente helada. Le parece irreal no haberse dado cuenta antes que esa era la forma más exquisita de arruinarle la vida de una vez y para siempre. Matarse para matarla, sonríe ante la sola idea, era a la vez tan trágico y tan brillante. No podía darle la satisfacción de seguir dominando su creación, tampoco ensuciarse las manos con sangre de su sangre. Por supuesto que no, sería demasiado fácil. No, su madre tenía que vivir. Debía caminar por este mundo hasta el último de sus días deseando haberse ido, sabiendo que habían sido sus propias uñas las que rasgaron aquella piel tan parecida a la suya.
El pulso acelera bajo el filo de su arcoiris mientras espera verla cruzar el umbral, queriendo que llegue, que la mire a la cara y aún así no pueda evitarlo. Ansía encontrar ese miedo, ver el instinto en esos ojos ahí donde siempre hubo nada. No puede contener las risas histéricas, el sudor frío, la emoción de estar preparándole una sorpresa que nunca hubiera imaginado. La puerta se abre y la sangre sale al encuentro de ese gesto confuso y ese grito ahogado que le roba una última sonrisa. La ve acercarse llena de horror, intentando traerla de vuelta a donde no pertenece. Quizás haya algo de ternura en la forma en que sostiene su cuerpo cada vez más débil. Quizás no haya tiempo de saberlo, quizás sea uno de esos regalos que no se pueden devolver.

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