miércoles, 14 de julio de 2010

parte I: close to the edge

Sentada en la cama con la cabeza agachada y los ojos apretados, espera que los gritos cesen y se anima a alzar la mirada. De pie a su lado, con la cara desencajada y de un rojo brillante, siente cómo la observa con mezcla de rabia y asco. Sin levantarse, se limita a tartamudear excusas torpes en su defensa y a disculparse absurdamente a la par que comienza otra ronda de insultos. La tormenta abandona la habitación con un fuerte portazo, otra gotea desde sus pestañas, bañando la alfombra.
Todos los días había algo, lo que fuera, el mínimo detalle provocaba un estallido. Con el tiempo había aprendido a controlarse, a no oponer resistencia y sobretodo a evitar los descuidos para ahorrarse las consecuencias, pero parecía nunca ser suficiente, cada vez era algo que había olvidado, un cabo suelto, una mecha lista para ser encendida.
Se seca la cara con una toalla y cepilla su largo pelo rubio las veces necesarias hasta que tiene el valor de salir por la puerta, decidida a enfrentarse al huracán en persona. Cuando lo hace, se siente menos heroica y más pequeña, no tiene palabras y opta como siempre por callar y obedecer, mañana será otro día y con suerte verá un poco el sol antes del temporal.
A la mañana siguiente y como es costumbre, todo se repite. Mira al suelo, espera que todo pase, espera olvidar para poder seguir, pensando que algún día va a poder irse de ahí, sabiendo que ese día está lejos y esa vida no es la suya. Se encierra en su cuarto y la lluvia en la habitación de al lado le empapa los oídos, lo poco que vale, lo mucho que le debe, lo poco que se esfuerza, lo mucho que le falta para ser alguien. Ser alguien… y ella que estaba segura de ser quien era. No entiende, no entiende nada y tampoco tiene ganas de entender, no tiene ganas de mirarla a la cara y enumerarle sus muchos errores. Es absurdo y a la vez inútil oponerse, imposible herirla sin herirse. Como una calle sin salida, como un laberinto del que no puede salir, cómo podría escaparse de quien le diera la vida, no había solución.
Se resigna por momentos y empieza a hilvanar sus excusas para formar un paraguas, pero el agua siempre se filtra. Tiene ganas de tener ganas, de encontrar su voz y hacerse oír aunque empeore las cosas. Ya no quiere vivir al límite, deseando escaparse, soñando despertar...

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