
La idea se le ocurrió de repente, con una chispa de calor recorriendo sus venas de pies a cabeza. Era tan simple. La inyección de adrenalina fue inmediata, era preciso estar en movimiento, entrar en acción. Salió como pudo y casi corrió el camino a su casa. Los objetos le estorbaban, decidió tumbarlos a su paso. Ya en su habitación se sintió a salvo, pero no dudó en girar la llave sus dos vueltas completas. Buscó debajo de la cama lo que tantas veces había buscado en los ojos de cualquiera. En sus manos parecía un elemento inofensivo, casi inútil, la luz que hacía tiempo le faltaba a su laberinto. De nuevo el chispazo le bailó en el cuerpo, ya no calor sino hielo. Arregló los pequeños detalles, la experiencia le había enseñado a no confiar en el azar. Se subió a la cama y observó todo desde la altura. Se colocó el collar y comenzó a ajustarlo como si se tratara de una ceremonia. Volvió a mirar alrededor, nada era diferente. Miró sus propias manos, temblaban pero no era miedo. Ajustó aún un poco más y se sintió como un artista a punto de entrar a escena. Sonrió a su público y sin esperar la ovación dio el primer y último paso.
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